Por Javier Fuentes

Se cumplen 100 años del debut como picador de toros del Güero Guadalupe; Guadalupe Rodríguez Sánchez “El Güero Guadalupe” quien en la Corrida de la Covadonga un domingo 17 de abril de 1921 actuara por primera vez como picador a las ordenes de Ignacio Sánchez Mejía; el cartel lo conformaban Rodolfo Gaona, Juan Silveti, el diestro Ignacio Sánchez Mejia y Juan Luis de la Rosa quienes lidiaron 8 toros españoles del Duque de Veragua en la Plaza “El Toreo”.

El Güero nació en la Hacienda de Santa Mónica en Tlalnepantla en el estado de México el 22 de diciembre de 1899, sus padres Nicanor Rodríguez y Refugio Sánchez. Su infancia, como él la contaba, estuvo llena de aventuras y travesuras, recordaba sus recorridos nocturnos por el medio del panteón municipal y su habilidad para escabullirse de los conflictos que precedieron a la época revolucionaria en su terruño. Sin duda, una infancia en torno a la vida campirana de las grandes Haciendas de principios de siglo que dotaban de espectacularidad y movimiento las zonas conurbadas de la capital.

Fue durante esa infancia donde tuvo oportunidad de encontrarse con el toro bravo allá en Tlalnepantla; narraba las travesías que hacía junto con su padre para arriar encierros desde el estado de México a las plazas de la capital, contaba las anécdotas de las noches durmiendo en el campo, cuidando toros bravos de los animales y de los ladrones que acechaban la zona de tránsito. Platicó en sobremesas, innumerables veces, su llegada a la plaza de El Toreo donde sin mas preámbulos se acercó al maestro Ignacio Sánchez Mejía y le pidió una oportunidad para subirse al caballo y picar en su cuadrilla. Su amistad con los picadores los hermanos Adolfo y Juan Aguirre los “Conejos» le permitieron saber, a grandes rasgos, el oficio de picador de toros.

Recibió la oportunidad y debutó a la edad de 21 años, narraba la manera en la que le contó a sus padres que sería picador de toros: “llegué a casa de mis padres una tarde y les dije; voy a ser picador de toros… empiezo el domingo”. Y sin mas, fue así como inició su carrera, en una época donde los caballos no llevaban peto y era menester dominar las riendas y conocer la embestida del burel. Época en la que los varilargueros debían ser habilidosos y donde muchas veces se convertían en los héroes de la corrida.

“El Güero Guadalupe ”pasó 65 años montado en el caballo picando reces bravas; actuó a las ordenes de matadores como Ignacio Sánchez Mejía, Marcial Lalanda con quien estuvo ocho años en España y donde además tuvo sobresalientes actuaciones estando a las órdenes de Manuel Jiménez «Chicuelo», Pepe Luis Vázquez y Joaquín Rodríguez “Cagancho”. Ya en suelo mexicano, su trayectoria abarca más de 60 años como profesional donde logró colocarse como picador de confianza en importantes cuadrillas de toreros como: Fermín Espinosa «Armillita», Juan Silveti, Lorenzo Garza, Carlos Arruza, Luis Castro «El Soldado», Silverio Pérez, Jesús Solorzano, Alfonso Ramírez “El Calesero” Manolo Martínez, David Silveti y Eloy Cavazos y actuar con casi todos los novilleros de la época quienes lo buscaban por su sapiencia y honradez sobre el caballo.

Sobre sus trofeos y anécdotas decía: “Recuerdo un gran numero de ovaciones y sobre todo las vueltas al ruedo que he dado, una de ellas en la plaza México picando a un toro de Mimiahuapam que se llamó “Naqueroso”, otra mas en Toledo donde también me hicieron dar vueltas al ruedo y después en Sevilla y Madrid cuando picaba me gritaban ¡Viva México! Recuerdo con cariño otras tantas ovaciones que son muy gratas para mí”. Porque para “El Güero Guadalupe” la afición siempre fue lo mas importante.

Personalmente recuerdo de pequeño andar con él de su mano fuerte y rasposa, caminando a trancos largos y yo casi corriendo, él erguido y fuerte, de pelo cano y ojos claros, en mangas de camisa en días normales y en chamarra cazadora los días de asuntos importantes. Recuerdo llegar al centro, al Tupinamba o al Cantonés, escuchar los saludos que recibía y sentarme a la mesa junto con él y junto con otros matadores y cronistas de la época.

Su amistad con “El Ciego Muñoz”, con “Mayito” con el Maestro Calesero, recuerdo ver llegar a Jesús Solorzano, al Soldado y sentarse a la mesa a platicar displicentemente horas y horas mientras yo escuchaba y me robaba los terrones de azúcar de los platos en los que les rellenaban las tazas de café. Recuerdo con cariño que la gente lo saludaba en puestos del mercado, tiendas de abarrotes de dueños españoles, personas que a su paso en la calle le gritaban “Güero” y le alzaban cariñosamente la mano para saludarlo a lo lejos… recuerdo que un día mi hermana le preguntó: ¿Quién es Belito?, como cariñosamente le llamábamos en casa y él respondió: “Un buen aficionado”.

“El Güero” transcurría sus tardes dedicado a su hogar, entre la covacha de los triques y los pedazos de leña y su habitación repleta de fotos donde se le veía picando en todo lo alto; algunas se han conservado y otras hoy solo forman parte de los recuerdos familiares que con el tiempo y con las generaciones seguramente se irán perdiendo. A la entrada de su habitación encontrabas siempre listo su fundón de piel con los hierros bien limpios y engrasados, los botines y tres garrochas siempre lustras y bien formadas. En su diván dos castoreños, de borla roja y otro azul, colgadas las camisas de torear y las casacas enfundadas en camisas amarradas a la cintura.

Del Toreo de La Condesa rescató sólo algunas cosas; primero, las tardes de triunfo que repetía en su memoria en cada oportunidad y nos contaba como si recién las hubiera vivido, muchas de ellas las remembraba con los ojos entrecerrados, como recreando segundo a segundo las vivencias en su mente y en sus recuerdos. Siempre fue un hombre muy lúcido por lo que no era difícil recordar los detalles de cada historia. Rescató también una Virgen de Guadalupe y las imágenes del Cristo del Gran Poder y de la Virgen de la Macarena que limpiaba y cuidaba con mucho ahínco y que siguen protegiendo nuestro hogar. Les rezaba antes de salir, se encomendaba antes de cada tarde de toros, les prendía una veladora y les rezaba piadosamente, olvidándose de todo y de todos, eran momentos solemnes antes de verlo partir o de subirte al carro para acompañarlo a la plaza.

Se retiró, no por su voluntad sino afectado de la vista, en el año de 1985, sin embargo no dejó de asistir a la plaza de toros en cada oportunidad y mucho menos dejó de seguir las corridas por tele o el radio. Los domingos seguían siendo taurinos para él, una religión que no se pierde con los años y que se hereda por generaciones. Escuchaba con él a Ana Mari Miñón en su crónica al final de cada festejo. Veía las corridas a su lado y se dedicaba a evaluar el comportamiento de cada toro o novillo que salía por la puerta de toriles. Incluso de muchos lograba decir su procedencia exacta y describía su árbol genealógico a detalle. Era un apasionado del campo bravo y por ellos muchos ganaderos lo consideran “picador de la casa”. Hubo una anécdota curiosa en su vida: nunca fue alcanzado por las astas de un toro, pero un día en la ganadería de Pastejé cuando Carlos Arruza era el dueño; un venado le infirió una cornada en la pierna cuando estaba paseando por los potreros. Así que no fue de toro la cornada pero quien lo iba a decir que seria un venado el que calara a este magnífico picador de toros. Protagonizó importantes páginas dentro de la tauromaquia, como haber dado el último puyazo al toro «Azucarero», de San Diego de los Padres, propiedad de la familia Barbabosa, ejemplar con el que se despidió el maestro Rodolfo Gaona la tarde del 12 de abril de 1925, en la plaza «El Toreo».

Aficionado taurino de cepa hasta sus últimos días, vivió rodeado del cariño y prestigio por parte de la familia taurina a nivel mundial hasta que la muerte lo sorprendió el 7 de octubre del 1990 y con él se cerró una de las páginas gloriosas de la otrora Época de Oro de la tauromaquia.