El presidente de la Fundación Toro de Lidia desenmascara en la Cámara Alta los fines del movimiento internacional: «Su victoria supondría una hecatombe cultural, económica y ecológica».
Victorino Martín ha comparecido en el Senado, ante la Comisión de Cultura y Deportes, con un discurso intelectualmente impecable que transciende la mera defensa de la tauromaquia para advertir a la sociedad civil del peligro que supone el movimiento animalista que avanza contra la sociedad occidental con una voracidad implacable. El presidente de la Fundación Toro de Lidia se presentó como ganadero y como representante de «los profesionales como de los millones de amantes de la cultura del toro en sus múltiples expresiones: la del toro en la plaza, pero también la de los bous al carrer, los cortes y los recortes, la de los correbous, los encierros, el toro de cuerda, la sokamoturra o tantas otras. El toro vertebra desde hace siglos nuestro territorio«.
El núcleo duro del discurso de Victorino se centró en alertar sobre la tragedia cultural, económica y ecológica que supondría la victoria de la doctrina del animalismo, un movimiento perfectamente organizado y financiado a nivel internacional que situa al hombre en el mismo plano que al animal. Una involución en la conquista histórica de la humanidad: «El homo sapiens inicia su espectacular historia de éxito en el momento en el que comienza a dominar tanto las plantas como los animales».
Y añadió: «El animalismo, tengámoslo claro, es en nuestra opinión una filosofía absolutamente incompatible con nuestra cultura, con el humanismo mediterráneo. El animalismo supondría una hecatombe cultural, económica y ecológica». Para a continuación explicar cada hecatombe, punto por punto:
«Cultural, porque el animalismo sería el fin de centenares de expresiones culturales que nos definen como pueblo: la rapa das bestas, la romería del Rocío, el arrastre de piedras, la Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre, los corre bous, la cetrería, la matanza del cerdo, los encierros en Pamplona o en Medina del Campo, la fiesta de la lamprea, del campanu, la caballada de Atienza, la fiesta del pulpo o tantas otras».
«Económica, porque acabaría con las explotaciones ganaderas, por supuesto, pero también con el trabajo con cuero en Ubrique, los atuneros vascos, el jamón de Jabugo, de Teruel o de Guijuelo, las mantas de Ezcaray, los zapatos artesanales de Mallorca o los de Alicante, el queso en sus cientos de estilos, los embutidos salmantinos, la butifarra gerundense y leridana, el fin del marisqueo gallego o de la almadraba en Barbate y Zahara de los Atunes».
«Ecológica, porque el paisaje en España, uno de los más biodiversos de Europa, es un paisaje conformado en gran medida por la relación del hombre y los animales que utilizamos. De esta manera, el animalismo pondría fin a la dehesa, joya ecológica mundial, pero también sería el fin de los prados cantábricos, de las dehesas boyales o del impagable cuidado que ovejas y cabras realizan en nuestros campos».
Victorino Martín profundizó con lucidez y derribó las barreras del debate simplista y folclórico de «toros sí-toros no», se declaró hombre de campo y desenmascaró a un movimiento que quiere acabar con el mundo rural desde despachos de ciudad: «A toda esa gente animalista les invito a salir de la ciudad, a pisar el campo de la realidad, a que nos digan a la cara que nos quieren destruir, que quieren acabar con toda nuestra realidad». ZABALA DE LA SERNA