Dentro de las historias románticas que existen en el ambiente de los toros hay una que resulta al final de cuentas ser una gesta pues originalmente se hacía en la clandestinidad y una muestra de ello es lo que en algunas películas temáticas se enseña como el famoso actor Tyrone Power, protagonizando al torero “Juan Gallardo” en la cinta “Sangre y Arena”, de 1941, inspirada parcialmente en la vida del torero sevillano Manuel García “El Espartero”, cuando intentaba hacerse camino, (doblado por un torero) una noche, de trampa, se coló a una plaza de tienta de una dehesa para torear un astado teniendo la luna como única espectadora o como el mismo diestro palmeño Manuel Benítez “El Cordobés” lo hiciera en la película de su biografía encarnando a “El Renco”, “Aprendiendo a Morir”, cuando se iba las noches al campo abierto de las ganaderías a lidiar los toros, ser luego descubierto, azotado y encarcelado.

Sin embargo, en la vida real un ejemplo de esos toreros que, bajo esa peligrosidad, “hacían la luna” en las dehesas, saltándose las trancas, era nada más y nada menos que “El Pasmo de Triana”, don Juan Belmonte, quien al respecto decía: “Hay tres ocasiones en la vida de una persona en la que la desnudez es imprescindible: Al nacer, cuando amamos y cuando nos ponemos frente a nosotros mismos…el toreo es todo eso, el toreo es enfrentarse a uno mismo, es hacer el amor y es volver a nacer” y de sus andanzas nocturnales por el campo bravo apuntaba: “Me lo quité todo y, de repente, fui solo yo en la inmensidad de una noche de verano…fui el latido de mi corazón…fui mi miedo y mi valor desnudos”. Así lo expresa Belmonte a finales de 1935 al escritor andaluz Manuel Chaves Nogales, quien le dio forma autobiográfica de manera deslumbrante y perdurable a la obra llamada “Juan Belmonte, matador de toros”.

Así, bajo estos testimonios y basado en ellos, el matador de toros poblano Héctor Gabriel se dejó envolver y la madrugada del pasado viernes 4 de este mes, después de haber tentado el jueves anterior en la dehesa de García Méndez, se fue a la de Coyotepec, en el mismo estado de Tlaxcala, para pasar ahí la noche gracias a la amistad que lo une con sus propietarios, don José Ángel López Lima y su hijo Miguel Ángel López Zamora.

Entrada entonces la madrugada, alrededor de las 3 de la mañana, surgió la inquietud en esta ocasión con total consentimiento, por lo que ganaderos y torero se fueron al campo abierto de Coyotepec para, primeramente con la gélida luz lunar y la ayuda de los faros encendidos de los automóviles, tentar dos vacas, pero luego de ello, Héctor se dejó invadir por los espíritus belmontianos y cordobeses, al decidir desnudarse y así, a cuerpo limpio, en esa inmensidad de otra noche de verano, el espada de la Angelópolis fue el latido de su corazón, fue su miedo y su valor desnudos a la cara de una vaca berrenda de retienta y con la hierba que le llegaba hasta antes de las rodillas le largó muletazos emotivos y sentimentales.

Y al respecto, todavía inmerso en esa emoción, Héctor dijo: “Hacer la luna, ha sido la sensación más fuerte y más bonita que he sentido y vivido, fue algo impresionante el hacer el toreo piel a piel, fue la intimidad máxima de un torero”. ¡Enhorabuena y suerte!