Amigos de la Fiesta Brava, mucho gusto en saludarlos. En lo personal no tuve la dicha de ser torero pero si he sentido ese miedo, guardando toda proporción, cuando uno se viste de corto para torear algún festival, de estar en el patio de cuadrillas esperando el momento de partir plaza y de lidiar una res brava, además de las experiencias que me heredó mi padre, don Addiel Bolio y las que viví al lado de mi hermano Miguel Ángel en su época de profesional del toreo.

Por ello, me jacto de saber que ser torero es un honor, un orgullo y una gran responsabilidad revestida de jerarquía, respeto, dignidad, amor y pasión por la investidura, además de la física, del alma, del corazón, del espíritu y del cerebro. Es indudablemente una vocación como lo diría en su momento el “Rey” David Silveti o un monasterio tal y como lo asegurara el maestro Manolo Arruza.

Precisamente, de una conferencia magistral que dictara en la Ciudad de México el inolvidable David Silveti logramos extraer de tan elocuente exposición algunas frases que describen el concepto silvetista de ser torero.

Decía que para él ser torero era un acto del espíritu envuelto en una vocación para la que se es llamado. Es establecer la comunicación con el toro bravo a través de la sudoración y el miedo que se experimenta delante de la cara del toro.

De la misma manera, argumentaba que ser torero es el ejercicio honesto de ponerse delante de la cara del toro pues ante él uno es nada, de ahí la sabiduría para saber sortear con arte y estética las embestidas del astado.

Y de manera personal, ante las tantas intervenciones quirúrgicas que le realizaron en ambas rodillas, llegándosele hasta recomendar que ya no toreara porque no podría hacerlo, el sabio David simplemente sentenciaba: “Torear es una necesidad y vivir es una circunstancia y, mientras esté vivo, tengo que seguir toreando”. De ahí entonces su filosofía torera, la que dividía en tres aspectos: La ética, la estética y la patética, los que fundamentaba en que el respeto a la profesión de torero, a las tradiciones y costumbres es la ética; que el arte y el valor para lidiar un toro es la estética y que el temor al ridículo, al fracaso o a resultar herido es la patética.

Por ello, a propósito de este tema, quiero recordar el poema “Se torero es…” del célebre escritor guanajuatense don Abraham Domínguez Vargas: “Ser torero es ser humano nacido en alta virtud, con recio temple de acero, con ojos que al ver la luz por vez primera avizoran el inmenso cielo azul, porque, bajo él, su destino trazado está en una cruzComo esos predestinados en su mística virtud, su mística será el arte que se luce en el alud de ovaciones y palomas cautivas en el canesú, que quieren romper su malla y libres, en plenitud girar en torno del monstruo en una fiesta de luz, que es luz el arte torera, euritmia en sol y tisú/ Ser torero es ser artista completo hasta lo ritual. Desde el hielo de las venas en interna tempestad cuando fluye a flor de nervios girando en cuerpo juncal, hasta el filo de la espada que entra al fondo, hasta dar con la raíz de la sangre que florece en flamboyán/ Ser torero, por ser hombre, es cumplir con la lealtad de sí mismo y por entrega con el público que va con la incógnita en la mente más la fe de presenciar una estampa de museo -cuadro clásico y triunfal- esculpido en sangre y fuego en hora de la verdad/ Ser torero, a fin de cuentas, es al fin, saber torear. Ser valiente hasta el delirio y afrontar la realidad, que después de una faena luminosa puede hallar los linderos de la Gloria y volverse inmensidad o también perder la vida en un lance natural”.

Por ello, a todos los toreros les pido con fervor que sean dignos de su estatus ante la gente recordándoles que “cuando la inteligencia humana y la irracional belleza animal se conjugan en la arena ¡surge el toreo! Arte y bravura en escena”.