El Barça dejó al Real Madrid en la lona de la Liga tras un ejercicio sutil. Cuando el clásico se dirimió a los puntos, el equipo azulgrana se refugió en Piqué. Cuando llegaron los mamporros la cosa se puso fea para los madridistas: Messi tomó el centro del escenario. De un duelo neutral en el primer tiempo se pasó al choque de Messi, gobernante absoluto de un segundo periodo que enmarcó a los barcelonistas y dejó momificados a los del Real. Del Madrid resistente del inicio a un Madrid de nuevo cuarteado en la Liga, a la que no se entiende que haya perdido apego. El líder, ya con 14 puntos —y un partido más— que el campeón, tuvo sello en Chamartín. Llegó con alfileres por falta de efectivos y porque su banquillo da para lo que da, nada ver con el deslumbrante armario de su adversario. Con todo, supo curtirse y fajarse de entrada y dar la estocada con Messi mediante. Con Valverde este Barça con más tambores que violines encontró en el mejor feudo posible una victoria reivindicativa como pocas.

Para arrancar, Zidane rebobinó la Supercopa y envidó con Kovacic por Isco. Al contrario que en el torneo veraniego, al croata le esperaban dos partidos. Esta vez no solo el de Messi. Con la pelota a pies de Ter Stegen a Kovacic le tocó arrestar a Busquets para cortocircuitar al Barça en la salida. Si el encuentro transitaba en campo propio, entonces al balcánico le correspondía atender a Leo. Kovacic, un dos por uno, logró de entrada el doble objetivo: los azulgrana se anudaron desde Ter Stegen, obligado al inusual juego en largo en busca de la cabeza de Paulinho. De Messi solo hubo un goteo hasta su despegue al infinito tras el intermedio.

Desnaturalizado de inicio el Barça por las maniobras del Madrid en el embudo del juego, donde todos los volantes blancos operaban como marines, el partido apenas se discutió en las áreas. El meollo estaba en cada asalto en el medio, donde hubo tralla, un campo de minas. Los de Valverde, sin hilo con el balón, procuraban bajar el volumen del encuentro. El Madrid, por su parte, abrir gas una vez cruzado el macizo central barcelonista. La frontera madridista era asunto de Paulinho, un intrépido. Por algo se gana las habichuelas descuelgue a descuelgue, gol a gol.