Seguimos recordando cómo fueron los inicios de la Fiesta Brava americana, trayendo a la palestra cuáles otras actividades se llevaban a cabo, además de los juegos de cañas que ya tratamos, gracias a la manera en que nos ilustra por medio del libro del licenciado Heriberto Lanfranchi, en el tomo I de “La Fiesta Brava en México y en España”, donde se habla de las entonces diversiones de la nobleza en los siglos XVI y XVII.

“Otro juego de la época era el llamado de las alcancías. En él, los caballeros se arrojaban, a semejanza del juego de cañas, unas bolas de barro endurecidas al sol y que llevaban en su interior flores o ceniza. De la misma manera habían de ser esquivadas y era una gran ofensa que una de las bolas se estrellara en el cuerpo de uno  de los participantes. Esta ofensa significaba que el humillado caballero había sido eliminado y que debía retirarse de la partida.

En el juego de la sortija, llamado también correr la sortija, los caballeros se lanzaban a galope desde el extremo de una plaza y trataban se ensartar en una vara o en la punta de la lanza un anillo que se encontraba en el lado opuesto, pendiente de una cinta a cierta altura del suelo. Era un juego que requería de gran destreza y el que lograba ensartar la sortija, por lo general una valiosa joya, se quedaba con ella en señal de triunfo. Los niños que hoy en día montan caballitos de madera en los carruseles de las ferias ensartando en un palito las argollas que penden de unas cintas, revive transformada, esta antigua costumbre.

Otra de las diversiones era la de las máscaras o mascaradas, en la que los jinetes se disfrazaban o simplemente se cubrían las cabezas con unas capuchas, recorrían la ciudad y hacían caracolear diestramente sus monturas. Por lo general, estos pasatiempos se hacían de noche y recibían entonces el nombre de encamisados, pues los caballeros se cubrían con unas camisas blancas y llevaban hachas de cera encendidas en las manos para que el público asistente apreciara con más claridad las evoluciones efectuadas. Se aumentaba la diversión con unos fuegos artificiales o se hacían algunos petardos o cohetes. Casi siempre que había una encamisada se encendían luminarias (pequeñas fogatas que se colocaban en los principales edificios del lugar) que servían para animar en algo el poco acogedor y lúgubre ambiente nocturno de aquello siglos sin alumbrado público.

Las justas y los torneos eran juegos sumamente peligrosos, perdiendo fácilmente la vida los que participaban en ellos. Los nobles que iban a enfrentarse, generalmente dos, vestían armaduras, empuñaban unas lanzas especiales, se colocaban en los extremos de una plaza y se lanzaban a galope, uno contra otro en sus cabalgaduras. Al reunirse en el centro del coso, chocaban violentamente y trataban de derribarse mutuamente con sus lanzas.

Otra modalidad parecida a la de las cañas y que con el pasar del tiempo habría de ser conocida como combate de moros y cristianos, era la de las escaramuzas, en la que las cuadrillas participantes se perseguían constantemente simulando una reñida batalla. Al igual que en el juego de cañas, cuando los susceptibles caballeros creían que su honor había sido mancillado, convertían en verdaderas batallas lo que en un principio era un simple pasatiempo.

En muchísimas ocasiones, los juegos de cañas y los torneos tenían más importancia que las corridas de toros, por lo cual la organización de estos eventos era incomparablemente más complicada. En el transcurso del siglo XVIII fueron desapareciendo uno a uno todos estos juegos y regocijos, sobreviviendo únicamente el espectáculo taurino ya en forma independiente y sin otra clase de complementos ajenos a él”.

En el siguiente artículo trataremos lo relacionado a la lanzada a pie y a caballo en el siglo XVI.

 

DATO

En el transcurso del siglo XVIII fueron desapareciendo uno a uno todos los juegos y regocijos, sobreviviendo únicamente el espectáculo taurino

 

Pie. Los torneos y las justas eran juegos sumamente peligrosos / ADARBO