Terminada la ceremonia funeral en Palacio de Gobierno, se llevó a cabo el solemne traslado de las cenizas dentro de la misma plaza principal de la ciudad de Aguascalientes a la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción para dar paso a una sentida misa flamenca que amenizó el grupo “Fuente y Caudal”, encabezada por el sacerdote Raúl Sosa Palos, acompañado de los padres Guillermo y Rafael, el primero de ellos capellán de las plazas de toros locales.

De esta manera, a Catedral repleta de simpatizantes del torero que se nos adelantó en el camino pero que sigue vivo en los corazones de todos nosotros, durante la homilía se hicieron varias analogías con la parte final de la vida de Cristo, sobre todo en torno a aquellas palabras que pronunció antes de morir en la cruz: “Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”, frase que trasladó a la vida torera de Miguel cuando se perfilaba para entrar a matar todos los astados que estoqueó en ese encuentro entre la vida y la muerte pues en cada viaje al morrillo encomendaba su vida al señor para salir airoso del trance y permanecer haciendo la cruz, como los maderos en los que terminó Jesucristo, al realizar la suerte suprema.

De la misma manera se hizo hincapié en la simpatía permanente de Miguel Espinosa pues siempre tenía chispa muy especial para dar una respuesta, aparte de su eterna, la que siempre lo caracterizó.

Durante la celebración de la santa misa hizo su arribo al templo el maestro valenciano Enrique Ponce, quien al final acompañó en su dolor a la viuda, doña Verónica Guzmán.

No cabe duda que mucho de verdad tiene lo que apunta y apunta bien la copla, que  dice “Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va. Y va dejando una huella que no se puede borrar”.

Gracias maestro Miguel por todo lo que nos dejaste como torero y como ser humano. Gracias por darme la oportunidad y el privilegio de haber recogido de ti palabras cuando las necesité como profesional del periodismo taurino. Gracias, muchas gracias inolvidable torero.

Fotos: José María Vázquez