La historia del toreo nacional registró en sus páginas dos hechos de gran significación y en los que claramente quedaron de manifiesto los dos extremos de la Fiesta de los Toros, la tragedia y el triunfo, así, en este orden, por los años en que sucedieron, pues así están acotados en los libros que dan fe de ello, además de que los protagonistas fueron curiosamente dos diestros de gran valor que tenían el mismo nombre, Antonio, siendo así que los traemos ahora a la palestra.

Efectivamente, hace 62 años, el domingo 30 de marzo de 1958, durante la novena corrida de la temporada en el coso Monumental “El Toreo” de Cuatro Caminos, en Naucalpan, Estado de México, el toro llamado “Escultor” de la dehesa de Zacatepec, jugado en cuarto lugar, le infirió gravísima cornada en el cuello y en la boca al valiente diestro leonés Antonio Velázquez, tarde en la que alternó con el espada linarense Humberto Moro y el sinaloense José Ramón Tirado.

Según las crónicas, indican que el toro tenía poder, nervio y temperamento, lo que por no haber sido castigado suficientemente llegó al último tercio tirando peligrosos derrotes, por lo que Velázquez, dada su valentía, le aguantó de verdad en un quite por saltilleras, pero ya con la muleta no logró acomodarse y acabó por ser aparatosamente cogido al intentar dar un natural, penetrándole el pitón derecho el cuello, la lengua y la bóveda palatina, así como sufrir la fractura el maxilar inferior y la base del cráneo, sin seccionarle la yugular de puro milagro.

Y también un 30 de marzo, pero de 1980, hace 40 años, en la Monumental Plaza México, el valientísimo diestro guerrerense, aunque se dice que era veracruzano, Antonio Lomelín, vivía el mejor momento de su trayectoria taurina y una muestra de ello fue que en mano a mano con el neoleonés Manolo Martínez, lidiando ganado de la afamada ganadería de Xajay, se encontró con el bravo ejemplar de nombre “Luna Roja”.

Fue una faena completa desde que se abrió de capa, cubrió entre ovaciones el segundo tercio y con la muleta realizó una faenón, con todo el estilo y personalidad de Antonio. Al final se le concedieron las orejas y el rabo para ascender a la cima del toreo. Un gran triunfo.

Este rabo cortado por Antonio Lomelín fue el número 93 en la historia de la Monumental Plaza México.

 

DATO

Ambos sucesos calaron fuerte en el ambiente taurino de toda la geografía taurina mexicana