Cada vez que me encontraba a Carlos Domínguez, mandaba un saludo con afecto a quién
se nos adelantó en el paseíllo, después de una vida longeva el buen picador de toros
mexicano, Federico Domínguez Rodríguez y con el apodo taurino El Gordo de
Iztapalapa torero de a caballo, qué entre otras tantas andanzas fue parte en la cuadrilla
de Eloy Cavazosen México y en España.
El apodo tan popular, nos trae al recuerdo entre muchos otros a los siguientes: Conejo
Grande, Conejo Chico, Tarzán Alvírez, El Hielero, Barana, El Berrendo, los Carmona, los
Zacatecas, Pueblita, El Loco, Brazo Fuerte, La Quebradora, Lindbergh, los Martínez,
Chito, los Meléndez, El Cubano, El Güero Guadalupe, El Zotoluco, Berrinches, Sixto
Vázquez, por dar idea de alguno picadores mexicanos en la historia del toreo, en
España; Gallego, Agujetas, Calderón, Anguila, Carriles, Terremoto, Gallo, Badila, Zurito,
Puchano, Chocolate, Quinta y me detengo porque la lista es interminable y no me gustaría
omitir a muchos que han dejado huella en su carrera en los ruedos, por ejemplo
los Morales, que forman una dinastía, la cual está integrada por seis elementos que
pertenecen a las cuadrillas de los matadores de mayor renombre mexicanos y extranjeros.
Está formada por el patriarca Ricardo Morales Peláez; seguida de cuatro de sus hijos
varones: César, Jorge, Erick y Omar; y cierra Daniel, su nieto.
Así pasa con los Domínguez y con tantas otras generaciones de grandes varilargueros, para
hacerlo bien me comentó Carlos Domínguez: “Se debe colocar al toro a buena distancia
para pegar el primer puyazo, luego si se da algo más lejos para el segundo, para poder
torear a caballo, adelantando la vara y aguantando el embate del astado”
La suerte de varas ha cambiado es cierto. Hoy en día ya no son los protagonistas como lo
fueron hasta finales del siglo XIX e incluso hasta el surgimiento a principios del siglo XX
del peto, pero los hay y habrá quienes dan lustre a su arte.
Hoy a diferencia de hace siglos la suerte debe ser rápida y efectiva, porque el objeto es
dejar al toro listo para una larga faena de muleta en la que se juzga y premia a los toros que
son capaces de desarrollar una lidia emotiva y noble al unísono.
Cada vez más, espectadores silban y protestan a los picadores de los toros cuando van a
realizar su función primordial en la lidia. Y así, casi al momento de acceder al ruedo
montados en sus jacas con los ojos vendados y con el peto protector, los silbidos y las
protestas aparecen, cuando son pieza esencial y singular en el devenir posterior de toda la
lidia.
El picador se cubre con el castoreño de fieltro y calza una mona en el pie, para protegerse
del toro, marca un tiempo marcial en el callejón cuando su sonido característico al andar
señalado y remarcado en el piso del callejón desplaza su figura con el golpe de hierro de su
bota; pieza esencial el torero de a caballo en el ruedo y en las ganaderías.
Un buen puyazo permite observar y probar la bravura del astado, conseguir ahormar la
embestida, regular el poder del toro al dejarlo apto para la lidia y posibilitar las artísticas
faenas de los de a pie.
Por eso hoy que se nos fue el querido Gordo, valga la pena recordar un poco lo que
significa el segundo tercio, ahora que se nos fue a La Gloria, uno de los buenos de tiempos
idos y que extrañamos.